miércoles, 12 de agosto de 2009

Las Mujeres y el Choconazo


La Aneida: una epopeya de mujeres en una huelga de obreros.
Representaciones de las mujeres que participaron en el Choconazo
(1969-1970)

Griselda Fanese
Emilse Kejner
Universidad Nacional del Comahue



Desde diciembre de 1969 hasta mediados de febrero de 1970, la comisión
presentó algunas quejas sobre los precios de la mercadería, la calidad del
comedor, las condiciones edilicias de los galpones, la higiene, las medidas
de seguridad en las obras, que ya habían causado varias muertes y muchos
heridos. En una asamblea de enero, los obreros dieron a sus delegados el
mandato de asistir al congreso de sindicatos independientes y antiburocráticos
en Córdoba al que convocaba Agustín Tosco, el sindicalista del gremio
Luz y Fuerza que había organizado el Cordobazo. Dicho congreso había sido
prohibido por el gobierno, pero se realizaría de manera clandestina. A su
regreso a El Chocón, los delegados de la obra habían sido expulsados de la
UOCRA por su dirigente nacional, Rogelio Coria. En consecuencia, en pocos
días, fueron desconocidos como delegados por la empresa.
Entonces, surge la segunda huelga. Nuevamente, miles de obreros de las
diferentes empresas paralizan sus tareas. Después de casi un mes, con más de
un 40 % de los obreros exiliados, la UOC de Neuquén intervenida, la policía
de las provincias de Neuquén, de Río Negro, de Mendoza y de Buenos Aires
en la villa, junto con funcionarios nacionales y altos dirigentes de la UOCRA,
los principales dirigentes de la huelga son despedidos sin posibilidad de reincorporación,
detenidos y enviados a Buenos Aires. Así fi naliza la huelga.
El Choconazo se produjo en consonancia con otros confl ictos que ocurrieron
en el país en un corto período de tiempo: el más importante, el Cordobazo
(mayo de 1969); pero también el Rosariazo (septiembre de 1969), el
Cipollettazo (septiembre de 1969), el Viborazo (1971), el Rocazo (1972) sin
olvidar las protestas en Corrientes, en Tucumán y en San Juan. Sin embargo,
algunas particularidades de la realidad de El Chocón como pueblo-empresa,
explican la singularidad de los confl ictos que se desarrollaron en ese marco. El
Chocón no era más que un desierto, a unos ochenta kilómetros de Neuquén.
Allí se habían montado unas pocas casas para los ingenieros y los obreros
califi cados que se habían trasladado con sus familias, y algunos galpones
para los obreros “solteros”. Muchos de éstos eran casados y tenían familia,
pero habían llegado solos a El Chocón.
A pesar de las condiciones adversas, las huelgas de El Chocón fueron apoyadas
por ciudadanos de Neuquén y de Cutral Co que organizaron comités
de solidaridad de los que participaban gremios, estudiantes secundarios y
universitarios, comisiones barriales y clérigos. A partir de ello, puede pensarse
con Quintar (1998) que el confl icto de El Chocón colabora en la conformación
de un frente de nueva izquierda en Neuquén, de las características de los que se venían conformando en los grandes centros urbanos del país y
del mundo. Asimismo, como otras huelgas del momento, el Choconazo fue
un verdadero dedo en la llaga del régimen de la dictadura e incluso incidió
fuertemente en el campo2 del sindicalismo, ya que arremetió, desde la “obra
del siglo” que ponía a la Argentina en el mundo del progreso, contra la burocracia
sindical que apoyaba el gobierno de Onganía.
Las huelgas de El Chocón formaron parte de la generalización y
complejización de la protesta social de los trabajadores y trabajadoras en
Argentina entre 1955 y 1976. Una exploración del diario Río Negro, que formó
parte de una búsqueda de las representaciones de los confl ictos de la época en
diarios y revistas, nos situó ante contrastes entre la presencia de las mujeres
en los espacios físicos e institucionales del confl icto –fi jada en fotografías que
publicó el diario–, y la relativa ausencia de ellas en los artículos periodísticos.
Justamente porque creemos que uno de los factores de la complejización de la
protesta social en esos años fue la creciente incorporación de actores sociales
emergentes –entre ellos, las mujeres– como agentes de movilización social y
cambio cultural, nos enfocamos, entonces, en el análisis de las representaciones
de mujeres en ese diario –hegemónico en la Patagonia desde 1912– y en
otros medios de prensa. Contrastamos la lectura resultante con el relato de
Ana Egea de Urrutia3, una mujer involucrada en el Choconazo. El análisis de
un relato de vida de una entrevista de historia oral nos permitió compartir,
a casi cuatro décadas de aquellas huelgas, la memoria de una participante
2 Entendemos por “campo”, siguiendo a Pierre Bourdieu, un conjunto de relaciones históricas
objetivas que se desenvuelven dinámicamente mediante confl ictos y competiciones que
tienen lugar entre los agentes que ocupan posiciones de poder.
3 Recuperar la memoria de mujeres que participaron en luchas sociales y que fueron escamoteadas
de la historia –o de las crónicas de los diarios de la época– nos induce a referirlas
con su nombre y apellido. El diario Río Negro, durante el Choconazo, mostró fotos de
ellas, las refi rió como “mujeres de destacada actuación”, pero mientras los referentes
masculinos eran citados con nombre y apellido, los nombres de las mujeres se perdían. En
parte queremos recuperar los nombres de las mujeres, los que, aunque se traten de patronímicos
–heredados por vía patriarcal o impuestos por casamiento– son los nombres con
que las conocen sus compañeras y compañeros de movimientos, gremios, etc. Ana Egea,
por ejemplo, estuvo vinculada a Jaime de Nevares y, por eso, es conocida entre la gente
vinculada a la Asamblea por los Derechos Humanos en Neuquén. Cuando empezamos a
preguntar por ella porque queríamos entrevistarla, los que la habían conocido la nombraban
como Ana Urrutia, es decir, su apellido de casada. Cuando hablamos con ella, lo primero
que nos aclaró fue: “Yo soy Ana Egea de Urrutia”. Por eso, la nombramos también con el
apellido del marido, pero sobre todo, como ella quiere, con el del padre.
Referir el nombre completo, en este trabajo, quiere signifi car la recuperación de la persona
y de la mujer en una dimensión amplia. Sin sus apellidos o con un nombre fi cticio, serviría
quizás como dato para la investigación, y serviría su discurso como caso de análisis y de
contraste con el discurso de la prensa. Sin embargo, sólo con el nombre completo se recupera
a la persona, al ser social, a la mujer concreta y su memoria.
activa y, al mismo tiempo, nos permite recuperar el papel de las mujeres en
las luchas sociales de la época y que la prensa hegemónica no registró.
— 2 —
Sujeto social/sujeto textual
El discurso es una práctica social que se constituye a partir de otras
prácticas y que, simultáneamente, las constituye. En este sentido, los sujetos
sociales se convierten en “sujetos textuales” (Angenot, 1989) en el interior
de los discursos, al tiempo que son respaldados por los discursos –propios
y ajenos– en sus posibilidades de actuación social. Esto es particularmente
cierto en momentos históricos clave en que alguna formación discursiva4
parece incidir en los cambios sociales. El análisis de los discursos sociales,
en estos casos, deja ver las manifestaciones de los sistemas de producción,
circulación e incluso regulación de las ideas y de las concepciones de lo real
construidos en discursos como la prensa.
La noción de práctica discursiva integra dos elementos. Por un lado, la
formación discursiva, y por otro, la comunidad de discursos, el grupo o red
de grupos dentro de los cuales son producidos y administrados los textos de
una formación discursiva (Maingueneau, 1991).
Leer diarios viejos, en este sentido, nos permite indagar en las maneras en
que se confi gura una identidad, una memoria o, en este trabajo en particular,
las formas en que inciden los discursos en el imaginario (Baczko, 1991) de una
comunidad, entendida ésta como comunidad comunicativa –un periódico
y sus lectores–, comunidad semiológica –se comparten formas de decir– y
comunidad discursiva –sus miembros comparten conocimientos y creencias
sobre el mundo–. Esta última es la que, en defi nitiva, tiene el poder de formar
opinión. Así, la prensa forma, legitima y pone en circulación discursos que
pugnan por el dominio del sentido común sobre las creencias individuales
(Raiter, 2003:171), sobre todo en momentos clave en la historia de una comunidad.
En los momentos de protesta o de confl icto, particularmente, los
periódicos ponen en escena fi guras que revelan sentidos en disputa en la
sociedad, y que dan cuerpo y lugar en la esfera pública a concepciones cuya
discusión –explícita o implícitamente– se instala en la comunidad.
Los periódicos actúan políticamente (Borrat, 1989) –ya se trate de políticas
empresariales, partidarias u otras– y es en esta medida que el análisis
de discursos de la prensa puede mostrar tanto el horizonte que un diario
4 Una formación discursiva es manifestación en el discurso de una formación ideológica en
una situación de enunciación específi ca. Es una matriz de sentidos que regula lo que los
sujetos pueden o deben decir y también lo que no puede o no debe ser dicho (Courtine,
1994).
construye en función de capturar conciencias como la doxa que acata para
captar lectores. Como plantean Matouschek y Wodak (1998), en gran medida
la prensa –sobre todo la que se ubica hegemónicamente en relación con otros
actores– muestra ante sus lectores perspectivas y valores con los que éstos
puedan acordar. Esto signifi ca que, por un lado, un diario actúa políticamente
al instalar un temario y al contribuir a la construcción de imágenes de los
“protagonistas” de la vida social; pero, por otro, también actúa políticamente
al dirigirse al público desde el sentido común (Raiter, 2003)5 de una época.
Puesto que el lenguaje es la materialización de la conciencia (Voloshinov,
1926), lenguaje, conciencia (individual) e ideología (social) forman parte de
una misma e indivisible herramienta cognitiva. El lenguaje en uso6 forma
y complejiza representaciones7 del mundo, y posibilita la transmisión y el
intercambio de representaciones entre las personas. Es a través del lenguaje
que las representaciones trascienden el mero refl ejo del mundo: pueden ser
algo diferente, pueden completarlo o agregarle elementos. También a través
del lenguaje se establecen relaciones entre las representaciones de los individuos,
que como consecuencia de los mecanismos comunicativos pueden
devenir sociales, mientras simultáneamente, como efecto de los discursos, las
representaciones sociales devienen en representaciones de los individuos.
No todas las representaciones pueden convertirse en sociales y, al mismo
tiempo, no es difícil aceptar que hay personas que no comparten algunas o
todas las representaciones de su comunidad8. Sin embargo, son las representaciones
socialmente compartidas las que garantizan la cohesión social: sin
ellas, la comunidad no existiría. En este sentido, los discursos de la prensa
hegemónica imponen imágenes y establecen una agenda de representaciones
activas en un momento dado desde un lugar de poder simbólico, el del conocimiento
de la verdad y el del relator objetivo: este lugar social es construido
por la prensa misma en sus enunciados.
La persona que habla desde su memoria individual, por lo contrario,
entabla una batalla simbólica con los discursos dominantes. La mujer que
habla de sucesos del pasado en los que ha participado, conoce, además, que,
si se trata de hacer memoria, la dominación es masculina. Como plantean
5 Raiter explica la noción de “sentido común” en términos de “discurso dominante”.
6 Los enunciados efectivamente emitidos por hablantes reales en el seno de una comunidad
concreta, en un momento histórico y social determinado.
7 Las representaciones individuales son imágenes prototípicas que cada individuo construye
en su mente a partir de las percepciones particulares. Es decir, realiza una operación mental
sobre lo percibido y almacena el resultado de la operación. Las imágenes previamente
existentes intervienen condicionando las imágenes resultantes de las nuevas percepciones.
(Raiter, 2002).
8 Para una ampliación de este concepto, véase Raiter (2002).
Benadiba y Plotinsky (2005), tanto la “memoria popular” como la cultura dominante
–capitalista y masculina (Bourdieu, 1998)– se apoderan del pasado
y administran los recuerdos y los olvidos, manipulando las interpretaciones
y las perspectivas.
En esa batalla, la memoria individual activa una agenda de representaciones
alternativas que pueden cobrar dimensión social en la medida en que una
formación discursiva emergente –como la historia escrita desde la perspectiva
de las mujeres– realiza una labor de inclusión de esa memoria individual
y de esas representaciones alternativas. De ahí que consideremos que este
trabajo de lectura de diarios viejos y de entrevistas orales puede contribuir a
la escritura de una historia de las mujeres trabajadoras en la Patagonia.
— 3 —
Algunas observaciones sobre el corpus que analizamos
En nuestra investigación hemos recolectado un corpus heterogéneo,
constituido por secuencias discursivas producidas por diversos locutores y
a partir de posiciones ideológicas heterogéneas. En cuanto a la prensa gráfi ca
de la época, el proceso de investigación incluyó las notas que publicó, entre
el 7 de marzo de 1969 y el 15 de mayo de 1970, el único diario de la Norpatagonia
en ese momento, el Río Negro9; la prensa nacional (los diarios La
Nación y La Razón) y los semanarios Análisis y Confi rmado, así como alguna
prensa partidaria (La Vanguardia y Nuestra palabra). En este trabajo, nos
referiremos a las ediciones del Río Negro enmarcadas en las fechas señaladas,
en particular, la edición del 18 de mayo de 1969.
Por otro lado, entrevistamos a protagonistas del confl icto: Ana Egea de
Urrutia, una mujer que participó activamente en la huelga; otra mujer que
integró la comisión de solidaridad con los obreros, Sara Garadonik; y dos
obreros dirigentes de la huelga, Armando Olivares y Pascual Rodríguez. En
este trabajo, nos referiremos a la entrevista que hicimos junto a Ana Egea.
El corpus construido tiene dimensiones complejas, puesto que combina
restricciones opuestas en una –o varias– dimensión(es) (Courtine, 1981).
En nuestro caso, las restricciones opuestas tienen que ver con la dimensión
temporal: secuencias discursivas producidas a la vez en sincronía o simultaneidad
temporal (como las de la prensa gráfi ca) y en diacronía o secuencialidad
temporal (como las entrevistas). Esas restricciones también tienen que
9 El diario Río Negro se difunde a lo largo y a lo ancho de las provincias de Río Negro y
Neuquén. La familia Rajneri (que aún lo dirige) lo fundó en 1912, en la ciudad de General
Roca, Río Negro. En 1969 era el único medio de comunicación del Alto Valle. Hoy, la
familia Rajneri es dueña de un poderoso grupo económico con principal asiento en los
medios de comunicación pero también en otras inversiones económicas.
ver con el modo de producción de las secuencias discursivas reunidas: un
corpus constituido a partir de archivos (como la prensa gráfi ca) y un corpus
experimental (producido a partir de entrevistas empíricas).
Nuestro corpus ha sido heterogéneo también en otro sentido. Como la
fotografía de prensa suele estar al servicio de la estrategia de comunicación
del testimonio, hemos incluido en el corpus algunas fotografías. El testimonio
supone siempre la conjunción de la imagen y de un mensaje paraicónico, en
parte narrativo. Por eso, la imagen funciona como prueba empírica. Si bien
el valor de la fotografía es relativo, la imagen tiene un papel crítico, porque
su utilización acrecienta la fuerza persuasiva en la construcción de representaciones,
y en ese sentido el periódico aprovecha su carácter icónico indicial
(Schaeff er, 1990). De ahí que hayamos incluido en el corpus fotografías de
Ana Egea junto a otras dos mujeres en el campamento (Río Negro10); de Ana
Egea y un grupo de obreros (La Razón) y de una joven mujer, Emma Mansilla,
junto a una olla popular (semanario Análisis11). Sin embargo, el análisis de
esas fotografías queda fuera del presente trabajo.

1 Reclamaban 40% de aumento salarial; medidas de seguridad para evitar o enfrentar derrumbes;
medidas de seguridad durante las voladuras; liquidaciones de sueldos quincenales
con recibos legibles; adicionales por trabajos en que arriesgaran la vida; autorización para
hacer asambleas de trabajadores. Denunciaron maltratos de obreros por parte de capataces;
negligencia en el tratamiento de accidentados; venta de herramientas a los obreros por parte
de las empresas que los contrataban.