miércoles, 2 de septiembre de 2009

Una triste pérdida: nos ha dejado un obrero del Chocón

El jueves 27 de agosto se fue un ser maravilloso:Hernando Vaca.
Vecino del Chocón desde 1969, el año del choconazo.A sólo unos meses de conmemorarse cuarenta años, de los días que marcaron un antes y un después en las huelgas regionales, nos ha dejado un gran hombre.
El año pasado en el marco de la investigación sobre El Choconazo, lo entrevisté para tener la palabra de uno de los pocos que fueron protagonistas de la huelga y que continuaban viviendo en El Chocón.

Tanto el como su esposa rememoraron esos días y coincidimos en señalar la importancia de no perder de vista lo que nos ha sucedido como localidad, para de a poco construir nuestra identidad local y poder ser custodios de nuestro recursos.
No olvidaré aquella entrevista el mensaje final : que la huelga no se perdió , sino que sin ella los que vinieron después y los que se quedaron no habría tenido condiciones dignas de existencia.


Sólo me queda recordarlo con una frase de Berthold Bretch
"Hay hombres que luchan un día y son buenos; hay otros que luchan varios años y son mejores, pero están los que luchan toda la vida esos son los imprescindibles".

Mi pequeño homenaje a todos los que sin su sudor,sus lágrimas, su frío, su trabajo y ante todo su dignidad nos han dejado lo mejor que nos han podido dejar: su ejemplo.Hasta siempre y Gracias.



En este homenaje no me olvido de todos los que se fueron antes: Antonio Alac, Pascual Rodriguez, Monseñor De Nevares y todos los hombres y mujeres que lucharon por hacer del Chocón , un lugar maravilloso en el mundo.

Las Mujeres y el Choconazo II



-4-La epopeya, género masculino
El diario Río Negro apoyó a los obreros en huelga con extensión y compromiso12,
en crónicas periodísticas que revelan el posicionamiento de los
periodistas13 en el marco de los confl ictos y junto a los trabajadores. Las voces
de los obreros son más citadas que las de los representantes de las empresas,
y en muchas ocasiones son reproducidas literalmente en fragmentos extensos
o en documentos completos. Las imágenes de aquellos aparecen connotadas
positivamente en un rol heroico, en el marco de crónicas que se construyen
como gestas épicas con los obreros como protagonistas. Así, el diario guía a
los lectores hacia la “lógica del partisano” (Tcach, 2003) que manifi estan en sus
discursos los obreros de El Chocón, según la cual las organizaciones armadas
–y las luchas sociales– son el corolario de un ciclo de larga duración que había
comenzado con el golpe de Uriburu, en 1930, y que había obligado a las
10 En la edición del 18-05-1969.
11 Nro. 469 – 10 al 16 de marzo de 1970.
12 Entre las fechas señaladas más arriba, el confl icto apareció en 126 páginas del diario, sin
contar los resúmenes de acontecimientos de fi nes de 1970. Eso signifi ca que, en un año y
45 días, un promedio de una edición cada tres días hizo referencia al Choconazo. En los
puntos álgidos de las huelgas, todos los días se publicaron varias páginas completas en
referencia al confl icto.
13 Futuras etapas de este trabajo de investigación deberán incluir entrevistas a los periodistas
involucrados y análisis de esas entrevistas.
organizaciones civiles a vivir en guerra, infi ltradas por el enemigo constituido
por las Fuerzas Armadas. En esta explicación de la violencia en Argentina –y
de los discursos que constituyen violencia– la política es entendida necesariamente
como milicia y la organización social como ejército. El confl icto social
responde a una lógica de “matar o morir”, como lo muestra un ejemplo de la
edición del 15 de diciembre de 1969. El Río Negro titula: “Momentos de intenso
dramatismo se vivieron en El Chocón el sábado”, y narra:
“(…) Los obreros Armando Olivares, Antonio Alac y Edgardo A. Torres
fueron despedidos por la patronal y puestos en custodia de funcionarios de
la Policía Federal armados con ametralladoras. Los obreros, en número de
700, rodearon el vehículo policial dispuestos a ‘hacerse matar’ –agregaron
con énfasis– y luego de unos instantes de tensa vacilación, los funcionarios
optaron por dejarlos en libertad. (…) La posición de los obreros es
irreductible: hasta tanto no sean repuestos los tres compañeros despedidos
arbitrariamente y luego reconocidos como delegados del gremio, no levantarán
las medidas de fuerza. El comité de huelga está constituido en sesión
permanente en el pabellón 14, habitación 3, dispuesto a escuchar y hacerse
escuchar (…)”.
En la edición del 18-05-1969, el Río Negro dedica una doble página a
hacer la crónica del triunfo de la primera medida de fuerza. Dice la bajada
de la nota principal:
“La nota más importante en el desarrollo del movimiento obrero de El Chocón,
que ha adquirido amplia repercusión no solamente en el país sino en el
exterior, la dio la concesión de la libertad a los cuatro obreros que se mantenían
detenidos en la delegación Neuquén de la Policía Federal (…)”.
En esa trama discursiva, las mujeres tienen un papel que motivó nuestra
atención. Un recuadro que refi ere el acuerdo logrado alude a la distensión
y al festejo tras la tensión vivida, y señala que “se sucedieron varios oradores,
entre ellos varias mujeres de destacada actuación en los sucesos”. Los nombres
de esas mujeres no se consignan y sus palabras, tampoco.
La foto que ilustra la nota central de esa edición, con un tamaño de
tres columnas por 15 centímetros, muestra a “varias mujeres, esposas de los
obreros, que se dirigen hacia el lugar de la concentración llevando bolsos con
alimentos para los trabajadores que en esos momentos estaban en huelga”
(epígrafe). Esas mujeres, erguidas, jóvenes, visten pantalones, pañuelos y
anteojos para el sol según la moda del momento. Los hombres –policías y
obreros– las miran caminar. Ellas constituyen una nota de color en el desierto
choconense y contribuyen con su imagen a lograr la empatía del lector con los
obreros, objetivo del diario, inserto en una política de oposición al gobierno
de Juan Carlos Onganía. Tanto el discurso como las fotografías instalan enla imaginación del lector una visión favorable a los obreros en huelga por
vía de representarlos acompañados de sus mujeres, cuya intervención da
un toque de domesticidad a la protesta social, enmarcada, como habíamos
señalado, en una retórica heroica. Las imágenes de esas mujeres responden,
en gran medida, al estereotipo (Amossy y A. Herschberg Pierrot, 2001)14
del “descanso del guerrero”. La Penélope de Odiseo, por ejemplo, responde
a ese estereotipo.
Hombres y mujeres, en el discurso del Río Negro, están inscriptos en una
trama que –siguiendo a Mijail Bajtin (1991)– podría denominarse una épica
de “su propio tiempo”. Una épica, generalmente, construye narrativamente
un tiempo pasado glorioso. El mundo de la epopeya es el de un pasado nacional
heroico, el mundo de los “comienzos” y de las “cimas” de una historia
nacional, el mundo de padres y de ancestros, el mundo de los “primeros” y
de los “mejores”. También es posible, según Bajtin, percibir el tiempo que
se está viviendo desde el punto de vista de su signifi cación histórica como
tiempo épico heroico, distanciado, como visto desde las lejanías del tiempo
–y no por el contemporáneo mismo, sino a la luz del futuro. En este caso,
el presente no es visto en el presente y el pasado en el pasado; el narrador
se extrae de “su propio tiempo”, de la zona de contacto familiar con su yo
(Bajtin, 1991:48).
Los motivos épicos –los relatos, las memorias, los recuerdos, los protagonistas–
que presentan lo contemporáneo en forma heroica – como canciones
que existen y que son accesibles–, sólo han aparecido después de la creación
de las epopeyas, sobre el terreno de una tradición épica. El Choconazo y sus
protagonistas, en alguna medida, cobran esta dimensión en la región y el país
por el efecto en el imaginario social de algunos discursos, que tradujeron en
gestas las noticias que llegaban desde los lugares de los confl ictos. El diario
Río Negro, creemos, contribuyó en ese momento a trasponer elementos de
una épica ya consolidada a acontecimientos y a hombres contemporáneos.
Contribuían a eso una simbología de la obra monumental como signo de
progreso y el territorio natural sobre el que la misma se asentó.
Siempre siguiendo la interpretación bajtiniana de la épica como la forma
de delimitar y narrar un mundo representado como “más allá” de lo contemporáneo
–representado así, insistimos, aunque contemporáneo–, cabe señalar
que en las condiciones imperantes bajo un sistema patriarcal, los representantes
de los grupos dominantes pertenecen en cierto sentido, en cuanto tales, al
mundo de los “padres”, y se encuentran separados de los demás hombres por
una distancia cuasi “épica” (Bajtin, 1991:41). En esta distribución del poder,
las mujeres, por defi nición, estarían muy lejos de los hombres.
14 Clichés y estereotipos pueden funcionar como mediadores entre individuo y sociedad, a
manera de representaciones cristalizadas en tópicos literarios.
La transposición del mundo representado por la epopeya con esa distancia
épica reviste una signifi cación positiva plasmada en una categoría de valores
jerárquicos específi ca. En la concepción épica, “principio”, “primero”, “lo que
pasó”, etc., no son categorías puramente temporales sino que dependen a la
vez del tiempo y de valores cuyo grado superlativo representan, y que hallan
cumplimiento tanto en relación con los hombres como en relación con las
cosas y los fenómenos del mundo épico: en ese pasado todo está bien, y todo
lo que está verdaderamente bien pertenece exclusivamente a ese pasado.
Ahora bien, como plantea Jean Franco (1996):
“‘hacer hablar al subalterno’ históricamente ha sido una estrategia mediante
la cual el saber se usa para asentar el poder. Por esto, tenemos que tratar de
entender no sólo quién hace hablar a la subalterna y para qué, sino darnos
cuenta también de los géneros de discurso que ‘permiten hablar’”.
En tal sentido, entendemos que la distinción de género compenetra todo
el campo cultural y, por ende, también los géneros discursivos. Al referirse a
la relación entre género del discurso y género sexual, Jean Franco recuerda
la importancia que Bajtin otorga al interlocutor en la defi nición del género.
En este caso, el diario Río Negro se posiciona ante las mujeres de El Chocón,
a las que no da la palabra, sino que habla de ellas como un objeto más en el
escenario de la huelga. En la crónica-epopeya periodística sobre las huelgas
de El Chocón, la lucha tiene héroes y antagonistas (Kejner, 2006). Y, como
es sabido, las mujeres de la épica suelen ser objeto de amor o de deseo, pero
nunca protagonistas: Helena es la causa de la guerra de Troya, pero Homero
nunca le da la palabra en la Ilíada. En fi n, la épica es un género que no permite
hablar a la mujer: es por antonomasia, masculino.
Por el contrario, la entrevista de tipo investigativa, como la que hemos
realizado junto a Ana Egea, pretende dar la palabra a la “subalterna”. En
realidad, no es la entrevista como fuente para este trabajo la que permite la
palabra, sino la entrevista de historia oral, que, si bien es un monólogo guiado
e incitado –en nuestro caso– por la entrevistadora (Benadiba y Plotinsky,
2005), tal guía no tiene otro fi n que no sea el de recuperar y registrar las
experiencias de vida almacenadas en la memoria de quien las vivió.
Y aquí es donde nos encontramos con la epopeya de Ana. El pasado épico
es para los tiempos futuros la única fuente y el único origen de cuanto ha sido
logrado –de cuanto ha sido bien logrado–. Esa reconstrucción épica de un
origen –en tanto es origen de cambios subjetivos y de cambios sociales– resulta
constitutivo del relato de Ana Egea, como veremos enseguida.
Ana Egea
En el relato de Ana, 37 años después de la huelga, las mujeres de El
Choconazo son “diez”, y se organizan en una jerarquía de mayor a menor
relevancia en el escenario discursivo: la misma Ana, “las dos Mansilla, dos
mujeres de obreros, la Gringa y la boliviana”15.
En la construcción discursiva de sí misma, hay una traslación del trabajo
del cónyuge como propio: “Éramos Ema Masilla, la hermana, dos compañeras
más de trabajo que no me acuerdo los nombres ahora”. Sin embargo, no es el
ser mujer de un obrero lo que la transforma en dirigente, sino ser la mujer
protagonista en el comedor, el lugar de la “gran familia” en la que Ana es la
esposa y madre de todos, la fi gura central:
“– ¿Ustedes eran todas mujeres de trabajadores?
– Claro. Yo, por ejemplo, era la esposa de un chofer de los camiones, de
los camiones grandes, de Terex. Pero, a la vez, tenía comedor, yo les daba
de comer a obreros. Tenía dos turnos.
– ¿Ustedes vivían en las casas?
– Claro, mi marido y todos los obreros que venían a comer a mi casa era
como si fuéramos todos hermanos. Éramos una gran familia (…) A veces
algunos no iban a trabajar en ese turno y venían junto con los otros. Eso lo
acomodaban ellos. A mí no me interesaba porque la comida era toda igual,
viste. Yo no tenía preferencias ni para uno ni para otro. Pero sí, cuando
ellos llegaban a casa, ellos me ayudaban a cuidar a los chicos, a servir la
comida. Yo era la cocinera, pero después lo demás era todo en conjunto.
Nos ayudábamos en todo. Entonces éramos una gran familia, viste, como
yo digo siempre, una gran familia”.
En el relato, el yo enunciativo de Ana Egea16 asume diversos roles: cocinera,
guerrillera, prófuga, archivista, enfermera, detectora de infi ltrados,
oradora ante la comunidad, madre, intocable. El nosotros del enunciado
incluye al yo de la enunciación sumado a los obreros en huelga; mientras
que nosotras suma yo a las mujeres de los obreros en huelga, lo que ubica
15 Como es evidente, no todas tienen cabida en la memoria de Ana.
16 El sujeto de la enunciación no debe confundirse con el sujeto empírico o con el locutor.
Potencialmente, todos somos hablantes de una lengua. Nos transformamos en locutores
cuando tomamos la palabra. Al hacerlo, tenemos la facultad de asumir la enunciación
como sujetos. El producto del acto de enunciación –el enunciado– revela qué sujeto hemos
construido. Los contextos de la enunciación, los objetivos del locutor, la representación
de un pasado en el caso de Ana, pueden generar sujetos que quedan representados en el
enunciado y que no necesariamente –y casi diríamos: necesariamente no– son reproducción
del sujeto empírico.
a la primera persona en una enunciación colectiva doble y, como efecto de
discurso, genera una representación de sujeto empírico poderoso: de mujer
poderosa.
También aparecen las otras, si bien no en rol semejante al antagonista
de la epopeya masculina, aunque sí, como sucede en ésta, Ana establece
distinciones jerárquicas: están las mujeres y las pibas (las primeras defi enden
a las segundas cuando la policía las insulta); la boliviana es servicial; la
gringa y las otras están en la vanguardia, cercanas a Ana pero detrás de ella,
caracterizadas como ligeras. Otra más, Ema Mansilla, también está siempre
cerca, acompañando a Ana.
En su epopeya, Ana se instaura como una mujer de vanguardia, no sumisa.
Presupone admitir que, aunque en el tiempo que rememora las mujeres
fueran sumisas, ella no lo era: lavaba platos pero también afrontaba huelgas.
En su discurso se percibe una tensión entre las actividades que el sentido
común de la época consideraba “propias de mujer” (lavar platos, cuidar
chicos, cocinar, ser ama de casa) o “lo femenino” (las fl ores, la emoción, las
lágrimas) y las que considera “propias de los hombres” (pegarle a la policía,
tirar piedras, escuchar música). Esas actividades que muestran dimensiones
de la mujer real en tensión con los estereotipos sociales, se entrecruzan en
pasajes del relato: Ana se cae y se quiebra una uña; Ana escapa en la madrugada
con un pañuelo brillante en la cabeza, lo que le difi culta escapar
de la policía que las vigilaba; la persigue la policía y ella se tiñe el pelo para
esconderse. Los hombres dirigentes no relatan nada semejante. La epopeya
de las mujeres tiene una dimensión discursiva propia17, un universo en que
el pequeño detalle, lo mínimo, hace la gran diferencia con la epopeya que
tiene como protagonistas a hombres.
Sara Garadonik, empleada judicial residente en la capital neuquina que
integró la comisión de solidaridad con los obreros y que no participaba activamente
en la huelga, recuerda a Ana como “la dirigente de la cocina” (una
dirigente de agallas) a diferencia de otras mujeres que hacían tarea de vínculo,
de lazo entre El Chocón y Neuquén. No obstante, la participación de Ana en
la protesta y en la política siempre está impulsada y regulada por hombres:
su marido –“o la política o nosotros”–; Antonio Alac –por cuya intervención
Ana se afi lia al Partido Comunista–; “Monseñor” Jaime de Nevares –el obispo
de Neuquén, cuya autoridad confi ere a Ana una especie de inmunidad–. El
tratamiento de “monseñor” revive una aceptación implícita de la jerarquía
social y la construcción de sí en función de esa jerarquía, una suerte de
emulación inconsciente de la relación de liderazgo viril que creaba la épica
masculina clásica. Ésta exige la modelación de las acciones individuales –y
17 Este trabajo constituye un primer paso en la consideración acerca de las características
discursivas del género que postulamos como “epopeya de mujeres”.
la construcción de sí, podríamos agregar– como efecto de la infl uencia del
aristos anêr -el mejor hombre (Bassi, 2003).
En el discurso de Ana Egea, por un lado, se puede leer un primer ethos18
que la proyecta desde el rol doméstico hacia el espacio público de la huelga.
Este es un papel que concentra habilidades en la gestión de condiciones para
la vida cotidiana, lo que signifi ca, en el marco de la huelga, condiciones para
la continuidad de la medida de fuerza. En el discurso de Ana, la participación
de las mujeres se percibe y se valora como intermediación para los fi nes del
bienestar.
Aunque predomina una concepción instrumental de la participación de
las mujeres –“la boliviana es servicial”–, desde ese primer rol instrumental
se proyectan otras imágenes –la guerrillera, la oradora– que se inscriben en
una mística de la mujer múltiple, que no disminuye o elimina las desigualdades
de género sino que las confi rma. La participación de las mujeres se
concentra en cuestiones y tareas vinculadas a las necesidades básicas de la
“familia” que representa a la comunidad de obreros en protesta, aunque –en
el caso de Ana– las otras actividades parecen surgir de intereses estratégicos
de la huelga, en tensión con su propia necesidad de hacerse visible. Mientras
tanto, según el diario Río Negro, los hombres participaban en cargos de poder
en las organizaciones obreras y tomaban decisiones. Esto es, las mujeres
permanecerían en el espacio de la protesta en función de su vínculo con los
hombres.
Sin embargo, en el discurso de la entrevistada se pueden leer dos niveles
de participación de las mujeres en el Choconazo. Uno, el de los intereses
prácticos, estereotipados muchas veces en los discursos de mujeres –es el caso
de Ana– en relación con el género y que surgen de los roles determinados
por la esfera doméstica (“la familia”). Responde a necesidades inmediatas
vinculadas con la supervivencia cotidiana. Son intereses formulados por
Ana a partir de condiciones concretas que vive como mujer en la esfera de lo
doméstico. Esos intereses no cuestionan la subordinación ni la inequidad de
género, pero de ellos surgen, a través de la participación en la huelga, otras
dimensiones de Ana. En primer lugar, los intereses estratégicos de género
surgen del reconocimiento y de la toma de conciencia de la posición de las
mujeres:
“(…) La pasamos feo. Y como mujer, viste, tenés que luchar y luchar y luchar.
Aquél tiempo, no era como ahora. Ahora tenemos los mismos derechos
del hombre. Allá no. Allá (…) Aparte, nosotros en una vuelta, las mujeres
18 Esta noción de origen aristotélico fue reformulada por Maingueneau (1984, 1991, 1993)
como una representación del cuerpo del garante del discurso. Quien lo emite, asume su
responsabilidad y crea su credibilidad. El ethos contribuye de manera decisiva a la legitimación
del discurso.
que habíamos nos dedicábamos por ejemplo a hacer bombas molotov,
todas esas cosas”.
Vinculadas a asuntos de interés público, las mujeres inician así lo que
podría llamarse una política “informal” generada desde el entorno cotidiano
y a partir de su necesidad de cambiar una situación social. Esto es, establecen
relaciones de fuerza y presión con el poder, o contribuyen al fi n de enfrentar
al poder (los empleadores de los hombres); demandan y gestionan recursos
para la vida cotidiana; protestan, negocian y ejercen infl uencia; contribuyen
al sostenimiento de condiciones básicas para la continuidad de la protesta,
es decir, desarrollan proyectos más allá de lo cotidiano; ejercen habilidades
ciudadanas (hablan en público, administran recursos públicos, como los de
una olla popular); logran autoestima y prestigio social; adquieren poder de
liderazgo en su terreno, evidente en la pervivencia de la fi gura de Ana en
textos periodísticos, en fotos y en textos de historia19; y, fi nalmente, representan
un patrón de participación en la vida política:
“(…) Así que bueno, nos dedicábamos a robar nafta (…) de los autos de la
policía, eh, nos íbamos por los caminitos viste, donde la policía no nos iba
a ver, y les afanábamos nafta para las molotov nuestras, claro. No sólo para
las molotov. Por ahí salían compañeros con los autos y ya teníamos nafta
para el surtido porque a nosotros no nos vendían nada en El Chocón”.
En alguna medida, consciente o inconscientemente, hoy Ana se presenta
como un modelo de participación. Proyecta imágenes de sí transgresoras y
19 Juan Chaneton (2005) dedica en su libro unas páginas a las mujeres para recuperar su papel
protagónico. A partir de una digresión cuando su entrevistado Antonio Alac le nombra a la
“Gorda Ana”, las divide en dos grupos: las que vivían en El Chocón y las que participaban
de las tareas de solidaridad. Dice que “[…] apoyaron y acompañaron, como esposas, en el
difícil trance de organizar la subsistencia cuando había menguado e, incluso, desaparecido
por completo el ingreso mensual que posibilitaba, diariamente, el almuerzo o cena. Pero
otras, además, se comprometieron en la lucha sindical y política que implicaba la huelga,
y no sólo opinaron en un pie de igualdad con los hombres, sino que hasta enfrentaron la
represión, organizando piquetes, explicando a los varones la necesidad de no ausentarse
del obrador, proponiendo medidas de lucha y participando en las asambleas con voz
propia. No dejaban, por ello, de atender otras imposiciones de la vida cotidiana”. Todos
los entrevistados, señala Chaneton, en aras de la reconstrucción de este pretérito olvidado,
coincidieron en otorgar un protagonismo destacado a “la Gorda Ana”. Formula una breve
biografía de Ana y la cita: “Yo creo que ahí es donde la mujer empieza a salir. Porque
fueron muchas las esposas, hijas, novias, que participaron, si no activamente, sí en lo
que concierne al apoyo material, cotidiano y afectivo a sus maridos en lucha”. Chaneton
interpreta que “la participación femenina se vio facilitada porque las mujeres no querían
quedarse solas ya que la policía las molestaba”. Finalmente, compara la participación de
las mujeres en El Chocón con la de las huelgas en la industria empacadora de fruta en el
Alto Valle de Río Negro y Neuquén, en las que las mujeres tuvieron un papel protagónico,
dado su trabajo como asalariadas en las empresas frutícolas.
transformadoras, al tiempo que deja ver en su discurso cambios subjetivos
producto de la experiencia en lo público, y cambios de sentido en lo público
como efecto de la acción de los sujetos:
“(…) No permitía la policía que nos vendieran combustible. No, no (…) los
comercios estaban todos adheridos con nosotros. El único que no funcionó
más fue el comedor obrero, porque como ese era pagado por la empresa
(…) No, no, lo borraron ellos mismos. Pero toda la gente que había cerca
de la sirena, que nosotros le decíamos la sirena, decíamos que era una sirena
que teníamos nosotros para (…) Que se tocaba para entrar y salir del
trabajo, pero nosotros la invadimos [ríe], la agarramos para entrar y salir
de la huelga (…)”.
La “huelga” –término connotado peyorativamente–, un evento público
designado por Ana desde el marco de referencia de lo privado, se instituye
en término positivo –“familia”– como efecto de la subjetividad de Ana, que
apunta a reconstruir una memoria aceptable para la posible comunidad de
receptores de su relato.
La Ana que hemos entrevistado revela una representación de la mujer
en el Choconazo que es contrapartida de la “mujer-nota de color” del Río
Negro. Pasiva y decorativa ésta; transformadora de sentidos y transgresora,
aquélla. Ana es la protagonista de su propia épica: su memoria no es una
memoria lírica sino novelesca.
Justamente, la importancia del testimonio oral es que hace surgir la imaginación,
el simbolismo, el deseo (Benadiba y Plotinsky, 2005):
“(…) La diversidad de la historia oral consiste en el hecho de que las declaraciones
‘equivocadas’ son psicológicamente ‘verídicas’ y que esa verdad
puede ser tan importante como los relatos factualmente confi ables”.
Podríamos aventurar que las condiciones en que hoy construye Ana su
memoria, le permiten revelar su propia epopeya: es aquí cuando interviene
la historia oral para completar la historia basada en fuentes escritas (Portelli,
2001). Es la entrevistadora quien –haciendo las preguntas, deseando las
respuestas– crea el marco y la condición de existencia del relato de la mujer
que intervino en aquellas protestas y aquellos cambios sociales sin poder
tomar la palabra.
En trance entre la Evita de los ‘50 y las guerrilleras de los ‘70 –aunque
esto no parece novedad, ya que la cronología misma lo dice– las mujeres del
Choconazo emergen en la prensa e incluso en la memoria de Ana Egea, aún
no como protagonistas de movimientos de mujeres, sino como protagonistas
del movimiento de trabajadores:
“(…) si algo puede decirse del vasto espectro de luchas, movimientos locales,
culturas nomádicas (…) es que todos estos fenómenos se caracterizan
por su puntualidad, por su oportuno surgimiento precisamente cuando la
separación entre las esferas de lo privado y lo público –factor fundamental
de la subordinación de las mujeres por parte del capitalismo histórico– aparece
en toda su arbitrariedad y fragilidad. Este es de por sí un momento de
‘emergencia’ a la visibilidad y de abierta controversia en torno a problemas
y posibilidades que no pueden resolverse ni comprenderse en el marco
establecido de los papeles e instituciones de género” [como plantea Jean
Franco (1996:91) citando a Nancy Fraser (Lemebel, 1995)].
Para fi nalizar, la lectura de discursos nos permite indagar en el lugar que
la mujer va ocupando en los espacios y en los discursos públicos en la Norpatagonia,
en el marco de los movimientos sociales y los cambios culturales de
las décadas del ‘60 y del ‘70. Por un lado, la prensa nos muestra la presencia
de las mujeres en el Choconazo. Sin embargo, la actuación de esas mujeres
en las huelgas sólo se recupera décadas más tarde, en un relato de vida que
es instrumento de investigación pero, sobre todo, una construcción de la
memoria que permite poner el foco en lo que la prensa de la época no logró
captar: una epopeya de las mujeres.




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Las Mujeres y el Choconazo