miércoles, 28 de marzo de 2012

Tesina parte III

2.1. El cordobazo

Durante
las décadas del ´60 y del ´70, los conflictos
sociales en el país eran una constante y el escenario político era
convulsionado y violento. El gran eje de discusión de ese momento era la
proscripción del peronismo y la posibilidad de retorno del líder en el exilio.
Otras problemáticas funcionaban como satélite.
En
el ámbito sindical había enfrentamientos entre facciones que representaban a
varias corrientes dentro del peronismo. Cada uno de los líderes sindicales
peleaba un lugar para contar con el beneplácito
del general.
En
lo institucional, se producía una alternancia entre gobiernos elegidos por el
voto popular (el peronismo estaba proscripto) y los sucesivos gobiernos de
facto. Juan Domingo Perón desde España mantenía comunicación periódica con
líderes sindicales, jefes de
organizaciones juveniles, conductores políticos, preparando su vuelta e
impulsando a generar presión social para
que esto suceda a la brevedad.
La CGT, obligada por la
situación, en marzo de 1967 convocó aun paro general para repudiar la política
económica del ministro Krieger Vasena. En respuesta, el gobierno endureció aún
más su postura, interviniendo y suspendiendo la personería de varios gremios
importantes.
Ante estas
circunstancias, un grupo de sindicatos decidió colaborar abiertamente con el
régimen. Este sector recibió el nombre de participacionistas
-más adelante, Nueva Corriente de Opinión-, y sus exponentes más importantes
eran Juan José Taccone (Luz y Fuerza) y Rogelio Coria (Unión Obrera de la Construcción).
El vandorismo, que
había cifrado expectativas en la dictadura militar, manifestó su punto débil,
pues quedó atrapado entre dos incómodas opciones: por un lado, existía la
posibilidad de endurecerse, pero a riesgo de que el gobierno le cortara el
manejo de los fondos; por otro, se enfrentaba al posible alejamiento y la
radicalización de las bases por su inacción frente a una política económica que
afectaba notablemente a los trabajadores. Optó finalmente por una táctica
intermedia y ambigua. (Lobato y Suriano, 2003: 45)
La CGTA estaba conformada por
una gama de gremios disímiles políticamente, muchos de los cuales, al poco
tiempo, la abandonaron para sumarse a la
CGT de la calle Azopardo o para mantenerse al margen de la
disputa. Ongaro le impuso a la
CGTA una impronta de protesta orientada en dos direcciones.
En primer lugar, ejerció una dura crítica y oposición al verticalismo y la
burocratización implementados por el vandorismo o el participacionismo; por
otra parte, desarrolló una oposición mucho más frontal a la dictadura,
radicalizando la protesta obrera. Además, promovió nuevas formas de
movilización y de protesta que, en su aspecto más novedoso, incluían la alianza
de los trabajadores con sectores no tradicionales, como el movimiento
estudiantil o los curas radicalizados tercermundistas.
Los estudiantes
universitarios ya venían manifestando un profundo malestar desde que el régimen
de Onganía había intervenido la universidad en 1966, durante la Noche de los Bastones
Largos, coartando la libre expresión de las ideas e imponiendo una política
autoritaria en los claustros. Dos meses después del golpe, varias agrupaciones
estudiantiles de la
Universidad de Córdoba decretaron un paro con movilización en
el que se produjeron disturbios que incluyeron la toma del barrio Clínicas por
parte de los estudiantes, apoyados por los vecinos.
El 7 de septiembre de
1966, Santiago Pampillón, estudiante de ingeniería y subdelegado de la planta
automotriz IKA, fue asesinado por la policía y la CGT Córdoba decretó un
paro de repudio de una hora por turno. De esta manera comenzaba a sellarse, al
menos en Córdoba, la unidad de las protestas obrera y estudiantil en tanto
ambos sectores se hallaban notoriamente perjudicados por el gobierno militar.
También se había
radicalizado e incorporado a la protesta popular un sector de la iglesia
católica latinoamericana influido por el obispo brasileño Helder Cámara que, en
1967, confluyó en el Movimiento de Sacerdote para el Tercer Mundo (MSTM). Un
año más tarde, cerca de trescientos sacerdotes se reunieron en Córdoba y
conformaron formalmente el movimiento en la Argentina.
Al comienzo,
principalmente en Córdoba y Tucumán, y luego en casi todo el país llevaron
adelante una intensa actividad en barrios obreros y marginales, que incluía su
participación en marchas de hambre y huelgas, solidarizándose de esa manera con
la protesta de los trabajadores en conflicto.
Como consecuencia de
este proceso, se acentuó la radicalización política y se produjeron profundas
transformaciones tanto en el peronismo como en la izquierda. La fuerte y
constante represión de los gobiernos militares a las manifestaciones opositoras
y la proscripción política consolidaron la idea de que la violencia, ya fuera
de masas o foquista, era el único método valedero (Lobato y Suriano, 2003: 46).
Por un lado, se
conformaron grupos políticos que adherían al uso de la violencia de masas, como
por ejemplo el Partido Comunista Revolucionario (PCR), partidario de la inserción
popular, surgido de una escisión del Partido Comunista (PC), o el partido
maoísta Vanguardia Comunista (VC), desprendimiento del Socialismo de Vanguardia
e impulsor de la Guerra
Popular Prolongada.
Por otro lado, los
grupos guerrilleros Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), proveniente de la
izquierda, Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), cuyo origen eran algunos núcleos
supervivientes de la
Resistencia y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP)
creado en 1969 como consecuencia de la formación, un año antes, del Partido
Revolucionario de los Trabajadores «El Combatiente», bajo la dirección de Mario
Roberto Santucho. Poco después se agregarían las Fuerzas Armadas
Revolucionarias (FAR) y Montoneros, que serían las organizaciones guerrilleras
más importantes a la luz de la notable peronización de los sectores juveniles
de izquierda.
En 1969, el malestar
obrero profundizó la protesta de tal manera que se convertiría en rebelión
popular. Ya el año anterior, la provincia de Tucumán se había transformado en uno
de los centros de la protesta nacional a partir de las importantes
movilizaciones de los trabajadores azucareros. La inquietud de los trabajadores
era una consecuencia directa de la racionalización encarada por el gobierno de
Onganía, que desembocó en el cierre de once ingenios y el despido y la
desocupación de miles de obreros.
Ante el declive de la Federación Obrera
de Trabajadores de la
Industria Azucarera (FOTIA), dividida entre vandoristas y
ortodoxos, y la propia fragmentación de la acción obrera, dirigentes de base
apoyados por los sacerdotes del MSTM se pusieron a la cabeza de la protesta
obrera que adquirió amplia difusión y visibilidad. Contribuyó a ello el apoyo
activo de un importante grupo de artistas plásticos de vanguardia a través de
la muestra Tucumán arde.
En el mes de marzo de
1969, los trabajadores azucareros realizaron una larga marcha desde el ingenio
Bella Vista hasta la ciudad de San Miguel de Tucumán. Por su parte, en el norte
de Santa Fe (Villa Guillermina, Villa Ocampo), sin alcanzar la envergadura de
la protesta tucumana pero contribuyendo a profundizarla, también se realizaron
varias marchas de hambre para exigir la preservación de las fuentes de trabajo,
en especial en los talleres ferroviarios, que habían comenzado a cerrarse a
partir de la racionalización ferroviaria encarada por el gobierno de Frondizi.
Pero donde la protesta
alcanzó su mayor dimensión fue en la ciudad de Córdoba. La agudización del
clima de descontento en la década de 1960 se debía, al margen del repudio al
autoritarismo del gobierno militar, a una conjunción de factores locales. En
principio, a la larga lista de reclamos del movimiento obrero se agregó el
incumplimiento por parte del gobierno nacional de la puesta en marcha de las
convenciones colectivas de trabajo; la supresión del sábado inglés por el cual los obreros trabajaban cuatro horas los
sábados y cobraban ocho, y la confirmación de la vigencia de las quitas zonales, que permitía a los
trabajadores de Buenos Aires cobrar más que sus pares cordobeses. Sin duda, la
sumatoria de todos estos elementos generalizó el clima de malestar en el mundo
del trabajo cordobés (Lobato y Suriano, 2003: 47).
El otro factor que
incidió en la explosión de la protesta se vinculó a la peculiaridad del
sindicalismo en esa provincia. Por un lado, porque los trabajadores de algunas
importantes plantas de las industrias automotriz (Fiat) y petroquímica estaban
organizados como sindicatos de fábrica, y esa independencia de las direcciones
sindicales nacionales, contra lo que esperaban el gobierno y las empresas,
radicalizaron notablemente a los trabajadores. Por otro lado, las regionales
locales mantenían cierta independencia política con respecto a las centrales
nacionales, situación que les permitía tomar decisiones y maniobrar sin
preocuparse por la postura de las cúpulas.
Los casos más
importantes en este sentido, aunque con diverso grado de autonomía y líneas
políticas diferentes, los constituían el Sindicato de Mecánicos y Afines del
Transporte Automotor (SMATA), dirigido por Elpidio Torres, que agrupaba a los
trabajadores de algunas importantes plantas automotrices (lKA, Grandes Motores
Perkins), y el gremio de Luz y Fuerza, orientado por Agustín Tosco. Éstos y
otros sindicatos más pequeños equilibraban en la CGT local las posturas que respondían a la
conducción nacional (vandorismo, 62 Organizaciones).
Ante el clima de
malestar generalizado, la CGT
local lanzó la Declaración
Córdoba llamando a conformar un amplio frente
civil en oposición al régimen. El movimiento estudiantil se hallaba ampliamente
movilizado, no sólo en Córdoba sino en otras provincias.
En Corrientes, mientras
los universitarios reclamaban por el cierre del comedor estudiantil, fue
asesinado por la policía el estudiante Juan José Cabral. Inmediatamente se
organizó una manifestación de repudio en la ciudad de Rosario, en la que
cayeron asesinados por la represión otros dos estudiantes. La CGT rosarina respondió con un
paro general el 23 de mayo y la jornada derivó en una amplia manifestación de
repudio conocida como el Primer Rosariazo.
La movilización
estudiantil en oposición a la represión y en solidaridad con los estudiantes
correntinos y rosarinos se extendió a Córdoba donde, el 26 de mayo, abandonaron
las aulas y ocuparon el barrio Clínicas, levantaron barricadas y enfrentaron a
la policía, que realizó un gran número de detenciones, incluyendo la de
Raimundo Ongaro.
Frente a la presión de
la protesta, la CGT
cordobesa decretó un paro de cuarenta y ocho horas a partir del 29 de mayo,
mientras que las dos centrales nacionales (la de Azopardo, y la de los Argentinos)
llamaron a un paro nacional de veinticuatro horas para el 30 de mayo.
El 29 por la mañana,
los trabajadores de las grandes plantas fabriles (Fiat, IKA-Renault, ILASA,
Perkins, Thompson Ramco, Transax y otras) y del sector público abandonaron el
trabajo y marcharon en manifestación desde el barrio obrero de Santa Isabel. La
columna obrera creció de manera incesante con la incorporación de vecinos y
estudiantes. Cuando la policía reprimió violentamente y mató a un delegado de
lKA, la protesta se convirtió en la gran revuelta popular espontánea denominada
Cordobazo.
La rebelión, en la que
participaron vastos sectores de la sociedad cordobesa, rebasó tanto a la
autoridad policial como a la dirigencia sindical en su conjunto y, en algún
momento del día, pareció controlar la ciudad. Por la noche, la mayoría de los
trabajadores retornaron a sus domicilios mientras los estudiantes mantenían la
resistencia ocupando varios barrios y algunos sectores de la izquierda creían
vislumbrar una insurrección popular.
Al día siguiente, a
pesar de que se mantenían algunos focos aislados, la protesta había finalizado
y los resultados eran elocuentes por su importancia: más de diez muertos según
la versión oficial, cerca de cien heridos, varios centenares de detenidos,
entre los que se contaban importantes dirigentes como Agustín Tosco, y
cuantiosos daños a la propiedad de las empresas sobre todo extranjeras (Lobato
y Suriano, 2003: 48).
Pero más importante que
esos datos fue el impacto político causado por el Cordobazo, que se convirtió
en un verdadero punto de inflexión en la escena política argentina. En
principio, motorizó un ciclo de protestas en las que el movimiento obrero,
aunque continuaba siendo el protagonista principal, no estuvo solo sino que fue
acompañado por estudiantes, sacerdotes, intelectuales y artistas.
En esta protesta,
además de la clásica oposición a la dictadura ya los sectores patronales, se
destacaron como rasgos novedosos tanto el rechazo a la burocracia sindical como
el importante pero disímil grado de radicalización ideológica.
Por otro lado, la
protesta cordobesa produjo una hecatombe política, en tanto radicalizó a
amplios sectores de la juventud que aparecían dispuestos a borrar el pasado y
construir una sociedad nueva y que engrosaron las filas de las organizaciones
de izquierda insurreccionales o guerrilleras. El impacto político se
relacionaba también con la capacidad de un movimiento popular de estas
características para contribuir a provocar la crisis y el derrumbe de un
gobierno; no sólo cayó el gobernador cordobés Caballero sino, un año más tarde,
el general Onganía y también su sucesor, el general Levingston, incapaces todos
de resolver las causas de la convulsión social desde un régimen autoritario.
La fuerza de este
movimiento residió en que canalizó la acumulación de diversos factores de
agravio e injusticia de amplios sectores de la sociedad durante quince años,
entre los que la proscripción política del peronismo no fue un tema menor. La
brecha entre la sociedad civil y el sistema de poder se amplió de tal manera
que hicieron eclosión en un momento de debilidad del régimen autoritario y de
radicalización de un importante segmento de la población.
No obstante, hay que resaltar que uno de los
límites de este movimiento en el plano del mundo del trabajo fue su escasa
ascendencia sobre el movimiento obrero de Buenos Aires, en donde el
sindicalismo clásico mantuvo su influencia, o al menos la capacidad de enfriar
los conflictos, a pesar de la política combativa de una CGTA cuyos límites
estaban demarcados por la escasa envergadura de los gremios adheridos.
El peso del Cordobazo en la clase trabajadora y
en el ciclo de protestas posterior se centró en Córdoba y en ciertos bolsones
del interior como Tucumán, Rosario, Neuquén o las provincias del litoral.
En Córdoba, después del
estallido de mayo de 1969, se gestó un sindicalismo combativo que estaba
constituido por una importante y variada gama de sindicatos que iban desde
aquellos liderados por peronistas combativos (Unión Tranviarios Automotores)
hasta gremios como Luz y Fuerza, orientados por independientes de izquierda
como Agustín Tosco.




















































Pero, a la vez, a la izquierda de aquellos se
articuló una corriente sindical clasista con características peculiares y
diferenciadoras de las tradicionales formas de hacer gremialismo. Este
movimiento estaba liderado por los sindicatos de la empresa Fiat: Sindicato de
Trabajadores Concord (SITRAC) y Sindicato de Trabajadores Materfer (SITRAM),
cuyas direcciones se habían renovado a comienzos de 1970. La nueva conducción,
elegida directamente por las bases, cambió radicalmente las tácticas de acción
gremial y materializó una ofensiva constante contra la empresa para obtener
mejores condiciones de trabajo y mayores salarios (Lobato y Suriano, 2003: 49).

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