Durante
las décadas del ´60 y del ´70 los conflictos sociales en el país eran una constante, el
escenario político era convulsionado y violento. El gran eje de la discusión de
ese momento era la proscripción del peronismo y la amenaza latente del retorno
del líder en el exilio. Otras problemáticas funcionaban como satélite. En el
ámbito sindical había pulsiones entre facciones que representaban a varias
corrientes dentro del peronismo. Cada uno de los líderes sindicales peleaba un
lugar para contar con el beneplácito del
general. En lo institucional, se producía una alternancia entre gobiernos
elegidos por el voto popular, donde el peronismo estaba proscripto y los
sucesivos gobiernos de facto. Juan Domingo Perón desde España mantenía
comunicación periódica con líderes
sindicales, jefes de organizaciones juveniles, conductores políticos
preparando su vuelta e impulsando a generar
presión social para que esto suceda a la brevedad.
Ante estas
circunstancias, un grupo de sindicatos decidió sin tapujos colaborar
abiertamente con el régimen. Este sector recibió el nombre
de«participacionismo» -más adelante, Nueva Corriente de Opinión-, y sus
exponentes más importantes eran Juan José Taccone (Luz y Fuerza) y Rogelio
Coria (Unión Obrera de la
Construcción ). El vandorismo, que había cifrado
expectativas en la
dictadura militar, manifestó su punto débil, pues quedó atrapado entre dos
incómodas opciones: por un lado, existía la posibilidad de endurecerse, pero a
riesgo de que el gobierno le cortara el manejo de los fondos; por otro, se
enfrentaba al posible alejamiento y la radicalización de las bases por su
inacción frente a una política económica que afectaba notablemente a los trabajadores.
Optó finalmente por una táctica intermedia y ambigua.*(Lobato y Suriano, 2003,
45)
Los estudiantes
universitarios ya venían manifestando un profundo malestar desde que el régimen
de Ongania había intervenido la universidad en 1966, durante la Noche de los Bastones
Largos, coartando la libre expresión de las ideas e imponiendo una política
autoritaria en los claustros. Dos meses después del golpe, varias agrupaciones
estudiantiles de la
Universidad de Córdoba decretaron un paro con movilización en
el que se produjeron disturbios que incluyeron la toma del barrio Clínicas por
parte de los estudiantes, apoyados por los vecinos. El 7 de septiembre de 1966,
Santiago
Pampillón, estudiante
de ingeniería y subdelegado de la planta automotriz IKA, fue asesinado por la
policía y la CGT Córdoba
decretó un paro de repudio de una hora por turno. De esta manera comenzaba a
sellarse, al menos en Córdoba, la unidad de las protestas obrera y estudiantil en
tanto ambos sectores se hallaban notoriamente perjudicados por el gobierno
militar.
También se había
radicalizado e incorporado a la protesta popular un sector de la iglesia
católica latinoamericana influido por el obispo brasileño Helder Cámara que, en
1967, confluyó en el Movimiento de Sacerdote para el Tercer Mundo (MSTM). Un
año más tarde, cerca de trescientos sacerdotes se reunieron en Córdoba y conformaron
formalmente el movimiento en la
Argentina.
Al comienzo,
principalmente en Córdoba y Tucumán, y luego en casi todo el país llevaron
adelante una intensa actividad en barrios obreros y marginales, que incluía su participación
en marchas de hambre y huelgas, solidarizándose de esa manera con la protesta
de los trabajadores en conflicto.
No debe olvidarse que,
acompañando (o como consecuencia de) este proceso, se acentuó la radicalización
política y se produjeron profundas transformaciones tanto en el peronismo como
en la izquierda. La fuerte y constante represión de los gobiernos militares a
las manifestaciones opositoras y la proscripción política consolidaron la idea
de que la violencia, ya fuera de masas o foquista, era el único método
valedero.* (Lobato y Suriano,2003,46) Por un lado, se conformaron aquellos
grupos políticos que adherían al uso de la violencia de masas, como por ejemplo
el Partido Comunista Revolucionario (PCR), partidario de la inserción popular,
surgido de una escisión del Partido Comunista (PC), o el partido maoísta
Vanguardia Comunista (VC), desprendimiento del Socialismo de Vanguardia e
impulsor de la Guerra
Popular Prolongada. Por otro lado, los grupos guerrilleros
Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), proveniente de la izquierda, Fuerzas
Armadas Peronistas (FAP), cuyo origen eran algunos núcleos supervivientes de la Resistencia y el
Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) creado en 1969 como consecuencia de la
formación, un año antes, del Partido Revolucionario de los Trabajadores «El
Combatiente», bajo la dirección de Mario Roberto Santucho. Poco después se agregarían
las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros, que serian las
organizaciones guerrilleras más importantes a la luz de la notable peronización
de los sectores juveniles de izquierda. En 1969, el malestar obrero profundizó
la protesta de tal manera que se convertiría en rebelión popular. Ya el año
anterior, la provincia de Tucumán se había transformado en uno de los centros de
la protesta nacional a partir de las importantes movilizaciones de los
trabajadores azucareros. La inquietud de los trabajadores era una consecuencia
directa de la racionalización encarada por el gobierno de Onganía, que
desembocó en el cierre de once ingenios y el despido y la desocupación de miles
de obreros. Ante el declive de la Federación Obrera de Trabajadores de la Industria Azucarera
(FOTIA), dividida entre vandoristas y ortodoxos,y la propia fragmentación de la
acción obrera, dirigentes de base apoyados por los sacerdotes del MSTM se
pusieron a la cabeza de la protesta obrera que adquirió amplia difusión y visibilidad.
Contribuyó a ello el apoyo
activo de un importante
grupo de artistas plásticos de vanguardia a través de la muestra Tucumán
arde. En el mes de marzo de 1969, los trabajadores azucareros realizaron una
larga marcha desde el ingenio Bella Vista hasta la ciudad de San Miguel de
Tucumán. ‘ Por su parte, en el norte de
Santa Fe (Villa Guillermina, Villa Ocampo ), sin alcanzar la envergadura de la
protesta tucumana pero contribuyendo a profundizarla, también se realizaron
varias marchas de hambre para exigir la preservación de las fuentes de trabajo,
en
especial en los
talleres ferroviarios, que habían comenzado a cerrarse a partir de la
racionalización ferroviaria encara da por el gobierno de Frondizi.
Pero donde la protesta
alcanzó su mayor dimensión fue en la ciudad de Córdoba. La agudización del clima
de descontento en la década de 1960 se debía, al margen del repudio al
autoritarismo del gobierno militar, a una conjunción de factores locales. En
principio, a la larga lista de reclamos del movimiento obrero se agregó el
incumplimiento por parte del gobierno nacional de la puesta en marcha de las
convenciones colectivas de trabajo; la supresión del «sábado inglés», por el
cual los obreros trabajaban cuatro horas los sábados y cobraban ocho, y la
confirmación de la vigencia de las «quitas zonales», que permitía a los
trabajadores de Buenos Aires cobrar más que sus pares cordobeses. Sin duda, la sumatoria
de todos estos elementos generalizó el clima de malestar en el mundo del
trabajo cordobés.*(Lobato y Suriano, 2003, 47)
El otro factor que
incidió en la explosión de la protesta se vinculó a la peculiaridad del
sindicalismo en esa provincia. (Por un lado, porque los trabajadores de algunas
importantes plantas de las industrias automotriz (Fiat) y petroquímica estaban
organizados como sindicatos de fábrica, y esa independencia de las direcciones sindicales
nacionales, contra lo que esperaban el gobierno y las empresas, radicalizaron
notablemente a los trabajadores.
Por otro lado, las
regionales locales mantenían cierta independencia política con respecto a las
centrales nacionales, situación que les permitía tomar decisiones y maniobrar
sin preocuparse por la postura de las cúpulas.
Los casos más
importantes en este sentido, aunque con diverso grado de autonomía y líneas
políticas diferentes, los constituían el Sindicato de Mecánicos y Afines del
Transporte Automotor (SMATA), dirigido por El pidio Torres, que agrupaba a los
trabajadores de algunas importantes plantas automotrices (lKA, Grandes Motores Perkins
), y el gremio de Luz y Fuerza, orientado por Agustín Tosco. Éstos y otros
sindicatos más pequeños equilibraban en la CGT local las posturas que respondían a la
conducción nacional (vandorismo, 62 Organizaciones).
Ante el clima de
malestar generalizado, la CGT
local lanzó la Declaración
Córdoba llamando a conformar un amplio frente
civil en oposición al régimen. Y en realidad, las condiciones para conformar
ese frente estaban dadas. El movimiento estudiantil se hallaba ampliamente movilizado,
no sólo en Córdoba sino en otras provincias.
En Corrientes, mientras
los universitarios reclamaban por el cierre del comedor estudiantil, fue
asesinado por la policía el estudiante Juan José Cabral. Inmediatamente se
organizó una manifestación de repudio en la ciudad de Rosario, en la que
cayeron asesinados por la represión otros dos estudiantes. La CGT rosarina respondió con un
paro general el 23 de mayo y la jornada
derivó en una amplia
manifestación de repudio que ha sido conocida como el «Primer Rosariazo». La
movilización estudiantil en oposición a la represión y en solidaridad con los
estudiantes correntinos y rosarinos se extendió a Córdoba, donde, el 26 de
mayo, abandonaron las aulas y ocuparon el barrio Clínicas, donde levantaron barricadas
y enfrentaron a la policía, que realizó un gran número de detenciones,
incluyendo la de Raimundo Ongaro. Frente a la presión de la protesta, la CGT cordobesa decretó un paro
de cuarenta y ocho horas a partir del 29 de mayo, mientras que las dos
centrales nacionales
(la de Azopardo, y la
de los Argentinos) llamaron a un paro nacional de veinticuatro horas para el 30
de mayo.
El 29 por la mañana,
los trabajadores de las grandes plantas fabriles (Fiat, IKA-Renault, ILASA,
Perkins, Thompson Ramco, Transax y otras) y del sector público abandonaron el
trabajo y marcharon en manifestación desde el barrio obrero de Santa Isabel. La
columna obrera creció de manera incesante con la incorporación de vecinos y
estudiantes. Cuando la policía reprimió violentamente y mató a un delegado de
lKA, la protesta se convirtió en la gran revuelta popular espontánea denominada
Cordobazo. La rebelión, en la que participaron vastos sectores de la sociedad
cordobesa, rebasó tanto a la autoridad policial como a la dirigencia sindical
en su conjunto y, en algún momento del día, pareció controlar la ciudad. Por la
noche, la mayoría de los trabajadores retornaron a sus domicilios mientras los
estudiantes mantenían la resistencia ocupando varios barrios y algunos sectores
de la izquierda creían vislumbrar una insurrección popular. Al día siguiente, a
pesar de que se mantenían algunos focos aislados, la protesta había finalizado y
los resultados eran elocuentes por su importancia: más de diez muertos según la
versión oficial, cerca de cien heridos, varios centenares de detenidos, entre
los que se contaban importantes dirigentes como Agustín Tosco, y cuantiosos
daños a la propiedad de las empresas *(Lobato y Suriano, 2003, 48), sobre todo
extranjeras. Pero más importante que esos datos fue el impacto político causado
por el Cordobazo, que se convirtió en un verdadero punto de inflexión en la escena
política argentina. En principio, motorizó un ciclo de protestas en las que,
como venia sucediendo, el movimiento obrero, aunque continuaba siendo el
protagonista principal, no estuvo solo sino que fue acompañado por estudiantes,
sacerdotes, intelectuales y artistas. En esta protesta, además de la clásica
oposición a la dictadura ya los sectores patronales, se destacaron como
rasgos novedosos tanto
el rechazo a la burocracia sindical como el importante pero disímil grado de
radicalización ideológica. Por otro lado, la protesta cordobesa produjo una
hecatombe política, en tanto radicalizó a amplios sectores de la juventud que
aparecían dispuestos a borrar el pasado y construir una sociedad nueva y que
engrosaron las filas de las organizaciones de izquierda insurreccionales o
guerrilleras. El impacto político se relacionaba también con la capacidad de un
movimiento popular de estas características para contribuir a provocar la crisis
y el derrumbe de un gobierno; no sólo cayó
el gobernador cordobés
Caballero sino, un año más tarde, el general Onganía y también su sucesor, el
general Levingston, incapaces todos de resolver las causas de la convulsión
social desde un régimen autoritario. La fuerza de este movimiento residió en
que canalizó la acumulación de diversos factores de agravio e injusticia de
amplios sectores de la sociedad durante quince años, entre los que la
proscripción política del peronismo no fue un tema menor. La brecha entre la
sociedad civil y el sistema de poder se amplió de tal manera que hicieron
eclosión en un momento de debilidad del régimen autoritario
y de radicalización de
un importante segmento de la población.
No obstante, hay que
resaltar que uno de los límites de este movimiento en el plano del mundo del
trabajo fue su escasa ascendencia sobre el movimiento obrero de Buenos Aires,
en donde el sindicalismo clásico mantuvo su influencia, o al menos la capacidad
de enfriar los conflictos, a pesar de la política combativa de una CGTA cuyos
límites estaban demarcados por la escasa envergadura de los gremios adheridos.
El peso del Cordobazo
en la clase trabajadora y en el ciclo de protestas posterior se centró en
Córdoba y en ciertos bolsones del interior como Tucumán, Rosario, Neuquén o las
provincias del litoral. En Córdoba, después del estallido de mayo de 1969, se
gestó un sindicalismo combativo que estaba constituido por una importante y
variada gama de sindicatos que iban desde aquellos liderados por peronistas
combativos (Unión Tranviarios Automotores) hasta gremios como Luz y Fuerza,
orientados por independientes de izquierda como Agustín Tosco.
Pero, a la vez, a la
izquierda de aquellos se articuló una corriente sindical clasista con
características peculiares y diferenciadoras de las tradicionales formas de hacer
gremialismo. Este movimiento estaba liderado por los sindicatos de la empresa
Fiat: Sindicato de Trabajadores Concord (SITRAC) y Sindicato de Trabajadores Materfer
(SITRAM), cuyas direcciones se habían renovado a comienzos de 1970. La nueva
conducción, elegida directamente por las bases, cambió radicalmente las
tácticas de acción gremial y materializó una ofensiva constante contra la
empresa para obtener mejores condiciones de trabajo y mayores salarios.*
(Lobato y Suriano, 2003, 49)
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