jueves, 21 de junio de 2012

Contexto Nacional



Durante las décadas del ´60 y del ´70 los conflictos  sociales en el país eran una constante, el escenario político era convulsionado y violento. El gran eje de la discusión de ese momento era la proscripción del peronismo y la amenaza latente del retorno del líder en el exilio. Otras problemáticas funcionaban como satélite. En el ámbito sindical había pulsiones entre facciones que representaban a varias corrientes dentro del peronismo. Cada uno de los líderes sindicales peleaba un lugar para contar con el beneplácito  del general. En lo institucional, se producía una alternancia entre gobiernos elegidos por el voto popular, donde el peronismo estaba proscripto y los sucesivos gobiernos de facto. Juan Domingo Perón desde España mantenía comunicación periódica con líderes  sindicales, jefes de organizaciones juveniles, conductores políticos preparando su vuelta e impulsando a generar  presión social para que esto suceda a la brevedad.

La CGT, obligada por la situación, en marzo de 1967 convocó aun paro general para repudiar la política económica del ministro Krieger Vasena. En respuesta, el gobierno endureció aún más su postura, interviniendo y suspendiendo la personería de varios gremios importantes.

Ante estas circunstancias, un grupo de sindicatos decidió sin tapujos colaborar abiertamente con el régimen. Este sector recibió el nombre de«participacionismo» -más adelante, Nueva Corriente de Opinión-, y sus exponentes más importantes eran Juan José Taccone (Luz y Fuerza) y Rogelio Coria (Unión Obrera de la Construcción). El vandorismo, que había cifrado

expectativas en la dictadura militar, manifestó su punto débil, pues quedó atrapado entre dos incómodas opciones: por un lado, existía la posibilidad de endurecerse, pero a riesgo de que el gobierno le cortara el manejo de los fondos; por otro, se enfrentaba al posible alejamiento y la radicalización de las bases por su inacción frente a una política económica que afectaba notablemente a los trabajadores. Optó finalmente por una táctica intermedia y ambigua.*(Lobato y Suriano, 2003, 45)

La CGTA estaba conformada por una gama de gremios disímiles políticamente, muchos de los cuales, al poco tiempo, la abandonaron para sumarse a la CGT de la calle Azopardo o para mantenerse al margen de la disputa. Ongaro le impuso a la CGTA una impronta de protesta orientada en dos direcciones. En primer lugar, ejerció una dura crítica y oposición al verticalismo y la burocratización implementados por el vandorismo o el participacionismo; por otra parte, desarrolló una oposición mucho más frontal a la dictadura, radicalizando la protesta obrera. Además, promovió nuevas formas de movilización y de protesta que, en su aspecto más novedoso, incluían la alianza de los trabajadores con sectores no tradicionales, como el movimiento estudiantil o los curas radicalizados tercermundistas.

Los estudiantes universitarios ya venían manifestando un profundo malestar desde que el régimen de Ongania había intervenido la universidad en 1966, durante la Noche de los Bastones Largos, coartando la libre expresión de las ideas e imponiendo una política autoritaria en los claustros. Dos meses después del golpe, varias agrupaciones estudiantiles de la Universidad de Córdoba decretaron un paro con movilización en el que se produjeron disturbios que incluyeron la toma del barrio Clínicas por parte de los estudiantes, apoyados por los vecinos. El 7 de septiembre de 1966, Santiago

Pampillón, estudiante de ingeniería y subdelegado de la planta automotriz IKA, fue asesinado por la policía y la CGT Córdoba decretó un paro de repudio de una hora por turno. De esta manera comenzaba a sellarse, al menos en Córdoba, la unidad de las protestas obrera y estudiantil en tanto ambos sectores se hallaban notoriamente perjudicados por el gobierno militar.

También se había radicalizado e incorporado a la protesta popular un sector de la iglesia católica latinoamericana influido por el obispo brasileño Helder Cámara que, en 1967, confluyó en el Movimiento de Sacerdote para el Tercer Mundo (MSTM). Un año más tarde, cerca de trescientos sacerdotes se reunieron en Córdoba y conformaron formalmente el movimiento en la Argentina.

Al comienzo, principalmente en Córdoba y Tucumán, y luego en casi todo el país llevaron adelante una intensa actividad en barrios obreros y marginales, que incluía su participación en marchas de hambre y huelgas, solidarizándose de esa manera con la protesta de los trabajadores en conflicto.

No debe olvidarse que, acompañando (o como consecuencia de) este proceso, se acentuó la radicalización política y se produjeron profundas transformaciones tanto en el peronismo como en la izquierda. La fuerte y constante represión de los gobiernos militares a las manifestaciones opositoras y la proscripción política consolidaron la idea de que la violencia, ya fuera de masas o foquista, era el único método valedero.* (Lobato y Suriano,2003,46) Por un lado, se conformaron aquellos grupos políticos que adherían al uso de la violencia de masas, como por ejemplo el Partido Comunista Revolucionario (PCR), partidario de la inserción popular, surgido de una escisión del Partido Comunista (PC), o el partido maoísta Vanguardia Comunista (VC), desprendimiento del Socialismo de Vanguardia e impulsor de la Guerra Popular Prolongada. Por otro lado, los grupos guerrilleros Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), proveniente de la izquierda, Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), cuyo origen eran algunos núcleos supervivientes de la Resistencia y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) creado en 1969 como consecuencia de la formación, un año antes, del Partido Revolucionario de los Trabajadores «El Combatiente», bajo la dirección de Mario Roberto Santucho. Poco después se agregarían las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros, que serian las organizaciones guerrilleras más importantes a la luz de la notable peronización de los sectores juveniles de izquierda. En 1969, el malestar obrero profundizó la protesta de tal manera que se convertiría en rebelión popular. Ya el año anterior, la provincia de Tucumán se había transformado en uno de los centros de la protesta nacional a partir de las importantes movilizaciones de los trabajadores azucareros. La inquietud de los trabajadores era una consecuencia directa de la racionalización encarada por el gobierno de Onganía, que desembocó en el cierre de once ingenios y el despido y la desocupación de miles de obreros. Ante el declive de la Federación Obrera de Trabajadores de la Industria Azucarera (FOTIA), dividida entre vandoristas y ortodoxos,y la propia fragmentación de la acción obrera, dirigentes de base apoyados por los sacerdotes del MSTM se pusieron a la cabeza de la protesta obrera que adquirió amplia difusión y visibilidad. Contribuyó a ello el apoyo

activo de un importante grupo de artistas plásticos de vanguardia a través de la muestra Tucumán arde. En el mes de marzo de 1969, los trabajadores azucareros realizaron una larga marcha desde el ingenio Bella Vista hasta la ciudad de San Miguel de Tucumán. ‘  Por su parte, en el norte de Santa Fe (Villa Guillermina, Villa Ocampo ), sin alcanzar la envergadura de la protesta tucumana pero contribuyendo a profundizarla, también se realizaron varias marchas de hambre para exigir la preservación de las fuentes de trabajo, en

especial en los talleres ferroviarios, que habían comenzado a cerrarse a partir de la racionalización ferroviaria encara da por el gobierno de Frondizi.

Pero donde la protesta alcanzó su mayor dimensión fue en la ciudad de Córdoba. La agudización del clima de descontento en la década de 1960 se debía, al margen del repudio al autoritarismo del gobierno militar, a una conjunción de factores locales. En principio, a la larga lista de reclamos del movimiento obrero se agregó el incumplimiento por parte del gobierno nacional de la puesta en marcha de las convenciones colectivas de trabajo; la supresión del «sábado inglés», por el cual los obreros trabajaban cuatro horas los sábados y cobraban ocho, y la confirmación de la vigencia de las «quitas zonales», que permitía a los trabajadores de Buenos Aires cobrar más que sus pares cordobeses. Sin duda, la sumatoria de todos estos elementos generalizó el clima de malestar en el mundo del trabajo cordobés.*(Lobato y Suriano, 2003, 47)

El otro factor que incidió en la explosión de la protesta se vinculó a la peculiaridad del sindicalismo en esa provincia. (Por un lado, porque los trabajadores de algunas importantes plantas de las industrias automotriz (Fiat) y petroquímica estaban organizados como sindicatos de fábrica, y esa independencia de las direcciones sindicales nacionales, contra lo que esperaban el gobierno y las empresas, radicalizaron notablemente a los trabajadores.

Por otro lado, las regionales locales mantenían cierta independencia política con respecto a las centrales nacionales, situación que les permitía tomar decisiones y maniobrar sin preocuparse por la postura de las cúpulas.

Los casos más importantes en este sentido, aunque con diverso grado de autonomía y líneas políticas diferentes, los constituían el Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA), dirigido por El pidio Torres, que agrupaba a los trabajadores de algunas importantes plantas automotrices (lKA, Grandes Motores Perkins ), y el gremio de Luz y Fuerza, orientado por Agustín Tosco. Éstos y otros sindicatos más pequeños equilibraban en la CGT local las posturas que respondían a la conducción nacional (vandorismo, 62 Organizaciones).

Ante el clima de malestar generalizado, la CGT local lanzó la Declaración Córdoba llamando a conformar un amplio frente civil en oposición al régimen. Y en realidad, las condiciones para conformar ese frente estaban dadas. El movimiento estudiantil se hallaba ampliamente movilizado, no sólo en Córdoba sino en otras provincias.

En Corrientes, mientras los universitarios reclamaban por el cierre del comedor estudiantil, fue asesinado por la policía el estudiante Juan José Cabral. Inmediatamente se organizó una manifestación de repudio en la ciudad de Rosario, en la que cayeron asesinados por la represión otros dos estudiantes. La CGT rosarina respondió con un paro general el 23 de mayo y la jornada

derivó en una amplia manifestación de repudio que ha sido conocida como el «Primer Rosariazo». La movilización estudiantil en oposición a la represión y en solidaridad con los estudiantes correntinos y rosarinos se extendió a Córdoba, donde, el 26 de mayo, abandonaron las aulas y ocuparon el barrio Clínicas, donde levantaron barricadas y enfrentaron a la policía, que realizó un gran número de detenciones, incluyendo la de Raimundo Ongaro. Frente a la presión de la protesta, la CGT cordobesa decretó un paro de cuarenta y ocho horas a partir del 29 de mayo, mientras que las dos centrales nacionales

(la de Azopardo, y la de los Argentinos) llamaron a un paro nacional de veinticuatro horas para el 30 de mayo.


El 29 por la mañana, los trabajadores de las grandes plantas fabriles (Fiat, IKA-Renault, ILASA, Perkins, Thompson Ramco, Transax y otras) y del sector público abandonaron el trabajo y marcharon en manifestación desde el barrio obrero de Santa Isabel. La columna obrera creció de manera incesante con la incorporación de vecinos y estudiantes. Cuando la policía reprimió violentamente y mató a un delegado de lKA, la protesta se convirtió en la gran revuelta popular espontánea denominada Cordobazo. La rebelión, en la que participaron vastos sectores de la sociedad cordobesa, rebasó tanto a la autoridad policial como a la dirigencia sindical en su conjunto y, en algún momento del día, pareció controlar la ciudad. Por la noche, la mayoría de los trabajadores retornaron a sus domicilios mientras los estudiantes mantenían la resistencia ocupando varios barrios y algunos sectores de la izquierda creían vislumbrar una insurrección popular. Al día siguiente, a pesar de que se mantenían algunos focos aislados, la protesta había finalizado y los resultados eran elocuentes por su importancia: más de diez muertos según la versión oficial, cerca de cien heridos, varios centenares de detenidos, entre los que se contaban importantes dirigentes como Agustín Tosco, y cuantiosos daños a la propiedad de las empresas *(Lobato y Suriano, 2003, 48), sobre todo extranjeras. Pero más importante que esos datos fue el impacto político causado por el Cordobazo, que se convirtió en un verdadero punto de inflexión en la escena política argentina. En principio, motorizó un ciclo de protestas en las que, como venia sucediendo, el movimiento obrero, aunque continuaba siendo el protagonista principal, no estuvo solo sino que fue acompañado por estudiantes, sacerdotes, intelectuales y artistas. En esta protesta, además de la clásica oposición a la dictadura ya los sectores patronales, se destacaron como

rasgos novedosos tanto el rechazo a la burocracia sindical como el importante pero disímil grado de radicalización ideológica. Por otro lado, la protesta cordobesa produjo una hecatombe política, en tanto radicalizó a amplios sectores de la juventud que aparecían dispuestos a borrar el pasado y construir una sociedad nueva y que engrosaron las filas de las organizaciones de izquierda insurreccionales o guerrilleras. El impacto político se relacionaba también con la capacidad de un movimiento popular de estas características para contribuir a provocar la crisis y el derrumbe de un gobierno; no sólo cayó

el gobernador cordobés Caballero sino, un año más tarde, el general Onganía y también su sucesor, el general Levingston, incapaces todos de resolver las causas de la convulsión social desde un régimen autoritario. La fuerza de este movimiento residió en que canalizó la acumulación de diversos factores de agravio e injusticia de amplios sectores de la sociedad durante quince años, entre los que la proscripción política del peronismo no fue un tema menor. La brecha entre la sociedad civil y el sistema de poder se amplió de tal manera que hicieron eclosión en un momento de debilidad del régimen autoritario

y de radicalización de un importante segmento de la población.

No obstante, hay que resaltar que uno de los límites de este movimiento en el plano del mundo del trabajo fue su escasa ascendencia sobre el movimiento obrero de Buenos Aires, en donde el sindicalismo clásico mantuvo su influencia, o al menos la capacidad de enfriar los conflictos, a pesar de la política combativa de una CGTA cuyos límites estaban demarcados por la escasa envergadura de los gremios adheridos.

El peso del Cordobazo en la clase trabajadora y en el ciclo de protestas posterior se centró en Córdoba y en ciertos bolsones del interior como Tucumán, Rosario, Neuquén o las provincias del litoral. En Córdoba, después del estallido de mayo de 1969, se gestó un sindicalismo combativo que estaba constituido por una importante y variada gama de sindicatos que iban desde aquellos liderados por peronistas combativos (Unión Tranviarios Automotores) hasta gremios como Luz y Fuerza, orientados por independientes de izquierda como Agustín Tosco.

Pero, a la vez, a la izquierda de aquellos se articuló una corriente sindical clasista con características peculiares y diferenciadoras de las tradicionales formas de hacer gremialismo. Este movimiento estaba liderado por los sindicatos de la empresa Fiat: Sindicato de Trabajadores Concord (SITRAC) y Sindicato de Trabajadores Materfer (SITRAM), cuyas direcciones se habían renovado a comienzos de 1970. La nueva conducción, elegida directamente por las bases, cambió radicalmente las tácticas de acción gremial y materializó una ofensiva constante contra la empresa para obtener mejores condiciones de trabajo y mayores salarios.* (Lobato y Suriano, 2003, 49)

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